Pues yo tampoco soy tan mayor, pero a finales de los años 70 quedaban muchos 600 circulando por España - algunos cálculos hablan de unos 300.000 -. Por aquel entonces yo tenía 14 o 15 años, y como buen apasionado del automóvil pasaba muchas horas en el taller del novio de la hermana de un buen amigo. A cambio de barrer el taller y colocar la herramienta durante algunos días, accedió a enseñarnos a conducir en su 600 – a su flamante 124 no nos dejaba ni arrimarnos - . De esta forma y en varias sesiones, en un polígono recién construido y de calles vacías, aprendí a conducir en un viejo “pelotilla” de la primera serie, de esos de un indefinido color marrón clarito.
Un par de años más tarde, a otro amigo algo más mayor que nosotros y que ya tenía permiso de conducir, le regalaron un 600 con un golpe en la parte delantera. Como era estudiante de automoción lo arregló, eso sí con un resultado bastante mejorable, y como era el único de la pandilla que tenía coche, en aquel 600 hicimos un montón de viajes, subíamos al puerto de Navacerrada las noches de invierno, a hacer “trompos” en el helado aparcamiento, o nos movíamos por la ciudad con 7 u 8 pasajeros dentro – las chicas se sentaban encima, pero como éramos jóvenes no nos importaba -.
Pasados otro par de años encontré un trabajo para el verano, en el turno de noche de una fábrica – de cableados para automóviles – que quedaba muy lejos de mi casa, al otro lado de la ciudad. Con otros trabajillos de verano y fines de semana había reunido para sacarme el carné – al autoescuela también íbamos en coche, pero es que eran otros tiempos - pero no tenía coche, y el padre de otro buen amigo me dejó entonces un 600. Con matrícula M-465.XXX aquel otro “pelotilla” tenía algunas peculiaridades. Una de ellas era que no le funcionaba la marcha atrás, lo que no era mucho problema ya que bastaba con empujarlo un poco, y otra era que había sido matriculado exactamente el mismo día de mi nacimiento.
Aquella fue la primera ocasión en que pude disponer de un coche sólo para mí, y aquel verano hice muchos kilómetros con aquel 600 prestado, hasta que después de dos o tres meses conseguí reunir las 55.000 pesetas que me costó un viejo Renault 4 Súper, y devolví el 600. Aquel R-4, del que guardo un entrañable recuerdo, fue realmente mi primer coche propio, y también me sirvió como primer todoterreno con el que recorrí muchos kilómetros de caminos.
Hoy en día, 20 o 25 años después, mi primer amigo arregla carros de combate, el novio de su hermana - hoy su cuñado -, es jefe de taller en un concesionario BMW, mi otro amigo, al que le regalaron el 600, trabaja en un concesionario MAN, y el padre del amigo que me dejó el 600 conduce un Jaguar. Y yo, como a pesar de haber pasado tantas horas en los talleres, finalmente nunca aprendí demasiado de mecánica, simplemente me dedico a escribir sobre coches.
Un cordial saludo, y como dicen por ahí: “perdón por el ladrillo…”
Fran.