A la felicidad de haber acabado con la esclava obligación que Eva nos impuso (ganarnos el pan con el sudor del de enfrente), se sumaba la sensación de libertad al cabalgar sobre mi jaca.
¡Qué poco duran las alegrías!
Una vez en casa no encuentro la cartera (con DNI, carné de conducir, tarjetas de crédito, recién carné de Patrón, 60 €, el resguardo de la Primitiva,...). Haciendo memoria recuerdo haberla dejado en la parte trasera del sillín.
Vuelvo a la moto, y esta vez sin disfrute y con ansiedad, regreso al curro.
Pregunto a los de seguridad si han encontrado una cartera negra.... Negativo.
Con mil ojos en el asfalto, vuelvo a rodar el camino a casa... ¡SIN RASTRO!
Ya en casa me venzo a la evidencia. Cabizbajo voy anulando telefonicamente las tarjetas de crédito.
Pero un último soplo de inconformismo me da fuerzas para de nuevo volver a intentarlo.
De vuelta al tajo, con la tenue luz del ocaso, a escasos mil metros del curro, percibo un bulto pequeño, cuadrado y oscuro, abandonado en el arcén izquierdo. Había caído, y como con vida propia, lejos de quedarse en la mediana, entre zarzas y maleza, salió al frío asfalto para así poder ser visto.
¡ALBRICIAS! La vuelta de la cartera pródiga.
¡YA ESTÁ!¡QUÉ ALIVIO!
